domingo, 3 de mayo de 2020

Tabaco: Nuestro aliado o nuestro enemigo?

Él fumar tabaco fue una costumbre religiosa, medicinal y ceremonial en la vida tribal americana precolombina. Traída a España por Colón se extendió rápidamente por Europa.
Puede evitar la fatiga, el aburrimiento y mejorar la coordinación de diversas tareas rutinarias. Aumenta la actividad en tareas que implican rapidez de reacción, vigilancia y concentración. Calma los nervios y es un relajante muscular durante periodos de estrés.
No produce intoxicación ni parece afectar ninguna capacidad compotamental del individuo. Pero se ha demostrado una estrecha correlación entre el uso del tabaco e importantes desórdenes médicos como la arteriosclerosis coronaria, y enfermedades respiratorias que incluyen el enfisema pulmonar, cáncer de pulmón, laringe y boca. Sigue un curso lento y pueden pasar muchos años antes de que aparezcan sus efectos.
Los fumadores pasivos también tienen riesgo de contraer enfermedades cardiovasculares y cáncer de pulmón. En Estados Unidos ocupa el tercer lugar de muertes por esta causa tras los consumidores activos y consumidores de alcohol.
Solo una o muy pocas de estas sustancias aumentan el deseo o la necesidad de la autoadministración de dicha sustancia.
Estímulos sensitivos como el sabor y el olor a tabaco, así como la irritación que produce pueden participar en la regulación de las cantidades de humo a inhalar para conseguir la dosis deseada de nicotina y participar, por tanto, como reforzadores de la adicción.
La autoadministración de nicotina es el principal reforzador del consumo del tabaco.
El tiempo transcurrido hasta el siguiente cigarrillo viene marcado por la necesidad de mantener unos niveles corporales constantes de nicotina.
Aunque parezca contradictorio una persona puede fumar, a veces, para calmarse ante una situación estresante, mientras que en otras ocasiones lo hace para estimular su estado de ánimo.
Como droga psicoactiva es escaso el conocimiento de sus efectos psicológicos. Aunque existe una considerable evidencia de su acción sobre el sistema nervioso central, tanto en animales como en humanos, sus efectos son mucho menos psicoactivos que los producidos por otras sustancias de abuso. El mecanismo de acción de la nicotina a nivel molecular está claramente definido. Es un agonista del receptor nicotínico de acetilcolinesterasa en el sistema nervioso periférico y central.
La acción estimuladora de la nicotina sobre el cerebro parece ejercerse sobre las neuronas noradrenérgicas procedentes del locus cerúleo y sobre las dopaminérgicas del área tegmental ventral. Él locus cerúleo (sobre el que actúa la nicotina) parece jugar un papel crucial en la vigilancia y en el despertar, en las reacciones relacionadas con el estrés y en la regulación de la actividad psicosomática.
Entre los síntomas que aparecen asociados a la cesación de su consumo se incluyen: alteraciones del sueño, náuseas, irritabilidad, desasosiego, dolor de cabeza, ansiedad, dificultad en la concentración y en la coordinación psicomotora, ganancia de peso y cambios en el gasto cardíaco, presión sanguínea y pulso. Estos síntomas pueden ser respuestas fisiológicas a la interrupción del consumo de nicotina o pueden representar una reacción psicológica al cambio de un comportamiento habitual.




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